16 de febrero de 2013

Yace el hombre

Yace en mi cabeza un cementerio
de recuerdos y caricias,
yace el recuerdo de aquellos años
cuando jugaba con la luna
a que era mía y yo de ella.
Yacen allí sus caricias maternales
cuando el sentido de la vida
era mi propio limbo.
Yace el recuerdo de los aprendizajes
el de una monja y un hermano
y aquel amigo que jugando
a ser un hombre, en un descuido
siendo el hombre, murió ahogado.
Yace el comienzo de la individualidad
aunque en casa éramos todos lo mismo,
yacen los prontos despertares de un cuerpo
avergonzado al responder incontrolable
ante inocentes caricias
que con el paso del tiempo
al igual que todo en el actual mundo
se volverían maliciosas.
Yace la pulcritud del alma
la empatía ante el dolor ajeno
la caricia bondadosa  al débil
la familia como centro de gravedad social.
Yacen las confusiones inverosímiles
por ser un yo propio y distinto
por ser un yo libre y listo
un yo de mi mismo, un ser de nadie.
Yacen los vicios, los anteriores
un recuerdo afanosamente embriagado
de errores de todo tipo.
Yace allí el que yo era
y yace debajo de la tierra
metido en un costal de esfuerzos
de noble grandeza  y espasmos
de inexplicable melancolía.
Yace el recuerdo de un mundo
cuando el hombre aún era hombre.
Y yace solo, entre tinieblas
enterrado en una caja
con sus recuerdos
y sus caricias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario