22 de enero de 2013

Debajo de la alfombra (Parte 1)

No acostumbraba a andar de comida en comida, o de bautizo en bautizo, creció en una soledad iluminada, con una mirada que amistosa, miraba al infinito; contemplando, suspendiendo el juicio. El acontecimiento que obraba en su mente tenía su cuota. Una soledad muy oscura y perdida entre hojas y nada, entre libros y pianos y nada. No era común, nada común ¡ya hubiera deseado serlo! No hacía más que imaginar con ansias el día en que tendría que suceder lo inevitable. Tenía unos cuantos años que lo esperaba. Aunque no sabía nada, sabía que le sucedería en cualquier instante. De pronto una tarde se colocó su amable sonrisa de colores y salió por las calles esperando que sucediera; caminaba por todos lados como perdido, buscando, no sólo el espacio, sino el tiempo, -agente invisible, impredecible- se iba repitiendo –agente invisible, impredecible- y a ratos le preguntaba como al aire -¿a dónde has ido? Y yo que aún espero como lo he hecho muchas tardes de este lado, en pie, sobre la tierra ¿A dónde has ido agente invisible, impredecible?- No llegaba el tiempo. Con él hablaba taciturno. Cualquiera hubiera pensado en una extraña demencia, yo que lo veía como quien mira tras las membranas de los sueños. De pronto, sintió la noche, el viento helado que no dejaba de empujar sus ánimos de vuelta a casa. Decepcionado cogió el camino de regreso sin más que la desesperanza…

Eso había escrito aquella noche en que todo había comenzado, trastornado al encontrar esta hoja después de todos los años que me han devorado mis visiones. Alcancé a sentir que de nuevo esa espina dorsal helada de la que emanaba el miedo. La cabeza como globo y el conocimiento aletargado, mirando blanco, tan sólo blanco. Atorado entre dos mundos, mis ojos perdían sus órbitas y todo se sentía caliente, todo era luz. De pronto, volví; desperté de aquel letargo; aún tenía la pluma en la mano, lo recuerdo bien porque al recuperar casi por completo la conciencia, la arrojé como si estuviera en llamas y retrocedí ante una extraña sensación de falta de aliento, retrocedí para llenarme de aire y en ese instante todo ese ruido que escuché en la sala, me paralizó. Jamás había escuchado ruidos semejantes -¡¿quién está ahí?!- grité dos veces; la primera cesó el ruideral, la segunda lo reinició y de a poco fue como diluyéndose el sonido hasta quedar todo en completo silencio. Decidí bajar las escaleras. Todo estaba hecho un desastre, los muebles desparpajados por toda la planta baja con sus respectivos cojines, los libros en el suelo desperdigados y el librero partido en dos. Asustado, retrocedí las escaleras pensando cómo podía haber sucedido esto. Fue entonces que el ruido del desastre regresaba pero ahora en la planta superior. Nada, en la parte baja se movía, todo parecía quieto, salvo los escándalos que provenían de la doble altura de la casa. Esperé a que cesará el ruido, tomé un madero roto y me dispuse a explorar el acontecimiento. Subí precavidamente las escaleras, caminé de igual forma por el pasillo y sigilosamente revisé las habitaciones. Nada. Era imposible que estuviera la cama partida en dos al igual que el librero en la parte baja y que las mesitas, el escritorio, la computadora, los taburetes, el sillón, todo igualmente, desmantelado. Esa noche no dormí. Esperé que sucediera de nuevo todo, preparado en la mitad de la escalera con el madero en la mano. Nada. Al amanecer caí, inevitablemente, dormido con la cabeza recargada en las rodillas y el madero aún en la mano. Al despertar no entraba yo en razón para creer lo que estaba viendo. No daba crédito y nadie iba a creerme una palabra. No había nada fuera de su lugar. Los libros acomodados en el librero. Los sillones en sus lugares de siempre. El piso de arriba, igualmente, en perfecto estado -¡¿pero qué…?!    

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