que en un espacio de uno por uno
en una noche quieta
fría y certeramente negra
quepan más de quinientos años
de alegrías y tristezas
de sueños y melancolías
de anhelos y certezas.
Pareciera absolutamente cierto
que al acurrucarse uno mismo
es deseado protegerse
o esconderse o animarse
a recargarse y estar listo,
para al día siguiente
abandonar el espacio inmenso
que llega al
enfrentarse
al espejo de la memoria
y tener la fuerza para librarse
del encierro de la debilidad
a veces atemporal
que ha sido encontrado
en una vida de uno por uno.
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