15 de enero de 2013

La biblioteca del señor Linden (Parte 1)


Él la había prevenido sobre el libro.
Ahora era demasiado tarde.

—Deja de husmear en mis cosas —advirtió secamente el anciano a la niña que estaba de pie a sus espaldas.

Ana recorría llena de asombro y curiosidad la antigua habitación que brillaba como oro en el atardecer de verano: Libreros cargados de tesoros, escritorios cubiertos de papeles, viejos adornos acumulando polvo desde hacia quién sabe cuánto.

—Perdón, señor...

—Linden —aclaró orgullosamente el viejo—. El hecho de que tus padres estén invadiendo mi casa, como viles cuervos esperando mi muerte, no te da derecho a pasearte por aquí como si esto fuera tuyo.

—Yo no... en realidad no quiero mudarme aquí —dijo Ana—. Ésta no es mi casa y yo no quiero que usted muera.

El gesto hostil del viejo se suavizó un poco y, mientras se pasaba una cansada mano por las escasas canas que quedaban en su cabeza, analizó a través de sus gafas la fisonomía de la niña:

Tendría unos 10 o 12 años —la verdad es que a sus años ya le costaba mucho calcular la edad de los niños, pensó—, el cuerpo flacucho y débil, cubierto con ropas que le quedaban un poco grandes, como si no hubieran sido compradas para ella, el cabello rubio y corto, y los ojos despiertos.

Sin importar las advertencias del hombre, Ana siguió observando la impresionante biblioteca. Se maravillaba con las hermosas figuras de marfil, las carpetas de terciopelo y las finas cortinas que enmarcaban las ventanas.

—Pareciera que nunca has visto nada así —dijo Linden.

—Pues no. Nuestro departamento es muy pequeño y papá no tiene dinero para comprar cosas tan lindas.

—Ahh.

Ana se acercó despacio hacia el librero que ocupaba el sitio central de la biblioteca. Libros de pastas duras y títulos en letras doradas se veían por doquier. Abundaban grandes volúmenes empastados en cuero que parecían contener dentro de ellos toda la sabiduría de la humanidad. Pero había uno que resaltaba en medio de todos, desentonando con la magnificencia del resto: Un libro más pequeño, de cubierta blanca y adornos en color verde. Ella se paró de puntitas para poder leer el título.

—¡Ey! —gritó el señor Linden, haciéndole pegar un salto—. Te dije que no husmearas mis cosas.

—Sólo quería leer este...

—¡Leer! ¡Eres demasiado chica para saber leer! ¿Qué puede interesarte?

—¡Claro que sé leer! —respondió Ana, ofendida—. Tengo 12 años y leo novelas desde los nueve.

—Ah, ¿y te crees todo un ratón de biblioteca?

Ana no respondió. Miró, entre orgullosa e intimidada, al anciano sentado en el sillón de terciopelo. Sabía que era su pariente, su tío lejano o algo, pero su brusca actitud le hizo comprender de pronto por qué la familia se mantenía alejada de él.

—Sal de aquí.

—Está bien —aceptó Ana—. Yo sólo quería saber cómo se llama ese libro.

—No debes mirar ese libro. No debes mirar ningún libro. Nada de esto es tuyo, ¿entiendes? Aunque tus padres te digan que lo es. No vuelvas a entrar aquí, ésta sigue siendo mi casa hasta que esté en una tumba, e incluso así... no pienso irme de aquí. ¿Entendido?

La niña guardó silencio de nuevo. Es sólo un viejo amargado, ya se le pasará, pensó.

Y cómo es bien sabido que lo prohibido es siempre lo más deseado, Ana tomó la secreta resolución de volver en algún momento en busca del misterioso librillo.

Continuará... 

3 comentarios:

  1. Me parece una entrada de ágil lectura durante toda la historia, despierta interés por seguir leyendo. De diálogos cortos, reales y claros. Tus imágenes también me parecen de mucha claridad. Un par de detalles ortográficos, pero en general me parece estás logrando una buena historia. Espero publiques pronto la continuación pq me quedé picado!! Saludos.

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  2. y luegoooo? lo espero con ansia! jejeje ya trabajando OTRO LUGAR, OTRO TIEMPO. Bien! un abrazote (pacoy)

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  3. Gracias por los comentarios. Acabo de leerlos apenas. Ya le di otra checadita por aquello de los errores. Yo también muero de curiosidad por ver cómo sigue. Prometo reanudarlo pronto para no dejarlos más tiempo picados. ¡Saludos y gracias!

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