28 de junio de 2012

El gato que se volvió puercoespín


Por Fernando Gómez-Gil Tenorio

En algún momento de todo ser humano, existe un periodo llamado juventud, en el cual suelen pasar cosas, muchas maravillosas y otras cuantas impensables, algunas de ellas ni siquiera creíbles, pero así es en estas edades. Así fue como sucedió en una prolongada pubertad de un individuo más corriente que común. A la salida de uno, de los hoy llamados antros, este individuo consideró que era inconveniente continuar en el establecimiento, no por la hora si no por lo inconveniente del estado etílico de ese momento. Así fue como decide ir a su casa, irresponsablemente, manejado su automóvil y, aunque no quedaba a gran distancia de este lugar llamado antro, no representaba un verdadero peligro para este amigo… ¡bueno!, por lo menos así lo consideraba él. Una vez llegando a su casa pasaba por un tramo de camino en el que ni la luz de la luna alcanzaba a iluminar, pero sí un pequeño foco que colgaba de la cornisa de una casa muy cercana a la de él. Esa pequeña luz dejaba ver a lo lejos una bola con extremidades puntiagudas que se movía a lo ancho de la calle. Y para el estado de ebriedad del individuo eso causó mucha alerta (un estado difícil de alcanzar dadas las condiciones del sujeto en cuestión).
El no tuvo de otras más que quedar sorprendido, perplejo y anonadado por lo que veía: -¿Un animal con espinas?-se preguntó -¿acaso será un puerco espín? ¡Pero cómo! si esos animales no viven en estos terrenos del centro del país-. Por un momento llegó a pensar que era necesario dejar aquella actividad a la que dedicaba sus tiempos de ocio (la bebida) a pesar de que si aquello veía era cierto ¡ya, de todas formas era demasiado beber! –pensaba. En ningún momento su curiosidad lo obligaba a dejar su automóvil para salir de la duda. Lentamente, manejaba el coche hasta quedar a la par del animal en aquella oscura noche iluminada sólo por un foco. ¡Y cuál fue su sorpresa! Que una vez estando junto al animal de extremidades y cuerpo espinado se da cuenta que sólo era un gato que había caído sobre unas cosas muy parecidas a la tunas pero con espinas mucho mas grandes y dolorosas, llamadas tencholotes[1]. Tal era la imagen, que no se encuentran palabras para describir la desdicha de ese pobre animal, todo cubierto de tencholotes, de pies a cabeza. Inimaginable era el dolor. El amigo recordaba el dolor que se siente cuando en su infancia tuvo a bien clavarse uno en el pie. Como sea, el amigo llegó a su casa confundido por lo que acababa de presenciar, y hasta un poco menos ebrio  por haber presenciado aquel evento, y finalmente cayó dormido. Al despertar al día siguiente con una soberbia cruda, imágenes borrosas de la noche anterior, -ninguna era un recuerdo vago de su noche en el antro-, solamente con el recuerdo de haber creído que, durante una soberbia borrachera, había descubierto una especie nueva de animal con extremidades puntiagudas. Haber caído en la cuenta que no había descubierto ninguna especie nueva de ningún animal, no le fue impedimento para servirse nuevamente. El recuerdo de tal animal en tan eminente desgracia y la confusión producto de un estado etílico de la conciencia, provocaron un recuerdo que dudosamente desaparecería de la memoria del amigo, por el resto de su vida; mas, lo que con mayor seguridad no desaparecería, serían las ganas de seguir tomando. ¡Salud!




[1] Cactus picus muchus infernalis dolorosus / (cactácea de nombre común: Abrojo, tencholote y coyonoxtle)

1 comentario:

  1. !Qué rico abrir el blog y ver que nuevamente te encuentro exponiendo tu vena de narrador!

    María Luisa.

    ResponderEliminar